Los misterios de Menfis: del sueño faraónico al renacimiento iniciático del siglo XIX
Introducción: la búsqueda de la fuente primitiva
Mientras el siglo XIX europeo se debatía entre la razón ilustrada y el romanticismo que anhelaba lo sagrado, en el corazón de la Masonería surgió una voz que clamaba por un retorno a los orígenes más puros y luminosos de la tradición iniciática. Esta voz no apuntaba a la Edad Media templaria ni a los gremios de constructores, sino más allá, mucho más allá, hacia las arenas del tiempo donde se alzaban los templos de Khem. Este anhelo cristalizó en el Rito de Menfis, fundado no como una simple variante masónica, sino como un proyecto consciente de restauración espiritual.
Antecedentes: el suelo fértil del hermetismo revivido
Para comprender el nacimiento de Menfis, debemos mirar el sustrato espiritual de su época. El hermetismo renacentista, reavivado por Marsilio Ficino, había establecido a Hermes Trismegisto –la fusión greco-egipcia del dios Thot– como padre de una prisca theologia, una sabiduría primordial anterior a todas las religiones. Esta idea, unida a la "egiptomanía" desatada por la campaña napoleónica (1798-1801) y el desciframiento de los jeroglíficos por Champollion (1822), creó un clima intelectual y espiritual maduro para una Masonería que reclamara una herencia directa del Nilo.
En este caldo de cultivo actuaron figuras como Cagliostro y su Rito de la Alta Masonería Egipcia (década de 1780), que, aunque efímero, plantó la semilla de una liturgia masónica impregnada de simbolismo egipcio y operaciones alquímicas. Era la prueba de que el antiguo Egipto podía ser, más que un tema arqueológico, un marco vivo para la transformación interior.
II. La fundación: Jean-Étienne Marconis de Nègre y el "Egipto accesible" (1838)
El nacimiento oficial del Rito de Menfis se sitúa en 1838, en Bruselas, de la mano de Jean-Étienne Marconis de Nègre. Hijo de un masón vinculado a los ambientes de altos grados (incluido Mizraim), Marconis no era un iluminado aislado, sino un conocedor del panorama masónico de su tiempo que detectó una necesidad insatisfecha.
Su proyecto era claro y respondía a una crítica implícita a la complejidad que veía en otros sistemas, como el propio Mizraim con sus 90 grados. Marconis buscaba:
Simplicidad primitiva: ofrecer una estructura más accesible y narrativamente coherente. Partió de un sistema de grados menos numeroso (inicialmente 77, luego 95) pero organizado en series progresivas (Simbólica, Filosófica, Mística y Sublime).
Pureza egipcia: centrar el simbolismo, la nomenclatura y el espíritu del Rito de manera casi exclusiva en el Egipto faraónico y helenístico, minimizando influencias cabalísticas o templarias. El Libro de la Ley en sus logias no era la Biblia, sino el Libro de la Salida al Día (Libro de los Muertos).
Universalismo iniciático: presentar a Menfis no como una secta, sino como la restitución de la Masonería primitiva, aquella que habrían practicado los iniciados de los misterios de Isis y Osiris. Su lema, "Ordo ab Chao", aplicado aquí, significaba extraer el orden espiritual eterno del caos de las modas masónicas contemporáneas.
Marconis no sólo escribió rituales; escribió un relato mito-histórico que vinculaba a la Masonería directamente con las escuelas de misterios del Nilo, pasando por los colegios romanos y los constructores medievales, pero siempre con Egipto como faro y origen.
III. Expansión y adaptación: el sueño faraónico conquista el mundo
El mensaje de Menfis resonó. Su relato era poderoso, su estética evocadora y su promesa de una conexión directa con la sabiduría más antigua resultaba irresistible para muchos buscadores del siglo XIX. El Rito se expandió con rapidez por Francia, Rumanía, Egipto y, crucialmente, las Américas.
En Estados Unidos y Latinoamérica, Menfis encontró un terreno particularmente fértil, adaptándose y fusionándose a veces con otras corrientes. Esta expansión demostró que la búsqueda de lo "primitivo" y "egipcio" respondía a una necesidad espiritual transnacional: la de un esoterismo que no fuera cristiano-céntrico, sino arraigado en una civilización considerada matriz de toda sabiduría.
IV. El renacimiento del siglo XX: la síntesis de Robert Ambelain
Si el siglo XIX vio el nacimiento y expansión de Menfis, el siglo XX presenció su profundización y sistematización doctrinaria, tarea en la que destacó de forma monumental Robert Ambelain (1907-1997).
Ambelain, erudito, historiador de las religiones y esoterista práctico, fue mucho más que un transmisor. Fue un restaurador y un sintetizador. Sus aportes al Rito de Menfis (y luego a la tradición unificada Menfis-Mizraim) son fundamentales:
Rigor Histórico y Simbólico: limpió el Rito de adherencias fantasiosas o sincréticas poco rigurosas, buscando reconstruir los rituales y enseñanzas con base en una investigación seria del hermetismo, la gnosis y, sobre todo, de las fuentes egipcias auténticas ya disponibles gracias a la egiptología.
Integración doctrinal profunda: Ambelain no se limitó al ritual. Vincułó sólidamente la práctica masónica egipcia con otros cuerpos de sabiduría que él consideraba ramas del mismo tronco: la Orden Martinista (de la cual era S.I.I.), el rosacrucismo (fundando su propia Orden), y la Iglesia Gnóstica. Para él, Menfis-Mizraim era la columna vertebral ritual, el marco donde convergían la vía mistica (martinismo), la vía illuminativa (rosacruz) y la vía sacramental (gnosis).
Transmisión de una cadena viva: a través de su discípulo Gerard Kloppel, Ambelain aseguró la continuidad de un linaje que priorizaba esta síntesis de profundidad doctrinal y regularidad iniciática. Esta cadena (Ambelain → Kloppel → Clerc) es la que porta hoy, en la Federación, el legado de Menfis depurado y enriquecido.
Gracias a Ambelain, el "sueño faraónico" de Marconis dejó de ser una nostálgica recreación para convertirse en un sistema iniciático coherente y fundamentado, un Per-Ankh moderno con herramientas para la auténtica transformación de la consciencia.
Conclusión: Menfis, la piedra de fundación del Templo Interior
El Rito de Menfis nació de la intuición de que la Masonería era, en esencia, egipcia. Su fundador, Marconis de Nègre, tuvo el mérito de darle una forma ritual atractiva y accesible. Pero fue en el crisol del siglo XX, con la obra de Robert Ambelain, donde ese impulso alcanzó su madurez espiritual.
Hoy, cuando en la Federación de Grandes Logias Regulares de Menfis-Mizraim se estudia el Libro de la Salida al Día, se trabaja con los símbolos de las pirámides o se integra la enseñanza de los Neteru, no se está siguiendo una moda ocultista. Se está siendo fiel al impulso primigenio de Menfis: beber directamente de la fuente del Nilo para construir, aquí y ahora, el Templo Interior del hombre regenerado. Menfis nos recuerda que, a veces, para avanzar en el camino, es necesario retroceder hasta el primer peldaño, allí donde la luz, por primera vez, tocó la tierra negra de Khem.
