El sueño de la materia y el despertar del Espíritu: una advertencia desde la sabiduría del Nilo 

En el silencio augusto de la cámara del Rey, lejos del bullicio del mundo profano, se alza una verdad inmutable que los antiguos sacerdotes-constructores de Egipto conocían muy bien: la vida es un viaje del alma, una oportunidad sagrada para tallar nuestra piedra bruta. Sin embargo, la humanidad moderna, hipnotizada por el brillo efímero de lo material, camina como sonámbula por las arenas de sus desiertos, sin ver la inmensidad del cielo estrellado que lo cubre, con la mirada en todo lo estéril. Vivir sin despertar la conciencia es condenarse a perderse el verdadero propósito de la existencia y perderse del hermoso espectáculo y las profundas enseñanzas que brindan las estrellas.

Nos hemos convertido en esclavos de nuestros propios templos funerarios, erigiendo santuarios a dioses falsos y tratando de convivir con los muertos de nuestro pasado y del presente al servicio de aquello que no es el total de la existencia: el éxito económico, la posesión de bienes, la validación social. Como aquellos que, en la antigüedad, se preocupaban sólo por llenar sus tumbas de tesoros para el viaje eterno, olvidamos la lección fundamental: lo único que la barca de Ra puede transportar a través del Duat no son las riquezas acumuladas, sino el corazón del difunto, pesado en la balanza de Ma´at contra la pluma de la Verdad. Aferrarse a la materialidad es como intentar atrapar el agua del Nilo con las manos; por más de que se esfuerce, al final se escapará toda, dejando sólo la humedad transitoria en las palmas.

La plenitud no reside en lo que se tiene, sino en lo que se Es. No es el gozo del haber, sino el éxtasis del Ser. El Espíritu Divino, ese Gran Arquitecto del Universo que los egipcios vislumbraban en Atón, el disco solar dador de vida, no nos envía pruebas para que acumulemos respuestas y objetos materiales, sino oportunidades para que forjemos otro tipo de respuestas: posesiones morales y espirituales. Cada desafío, cada alegría, cada pérdida, es un cincel que golpea nuestra piedra, invitándonos a revelar la obra maestra latente en su interior.

La Masonería egipcia nos enseña que el camino inicia con el autoconocimiento, grabado a las puertas de los templos: "Hombre, conócete a ti mismo y conocerás al Universo y a los Dioses". Quien vive en la superficie de su ser, ignorando este mandato, es como un escriba que colecciona papiros pero nunca aprende a descifrar los jeroglíficos. Posee la información, pero carece del conocimiento; acumula datos, pero nunca comprende la sabiduría. Su vida es un libro cerrado y sellado.

La verdadera riqueza es el gozo de quien, como Osiris, desmembrado por las pruebas de la vida, logra reintegrarse y renacer, no por sus posesiones, sino por su integridad, su verdad y su conexión con lo Divino. Este es el Pilar Djed, símbolo de la columna vertebral de Osiris: la estabilidad no externa, sino interna.

Por ello, hacemos un llamado desde la fraternidad: despertad humanidad. Abrid los ojos del Ba, vuestro alma-pájaro. Dejad de construir almacenes para el grano perecedero y comenzad a erigir, en vuestro interior, un templo a vuestra propia divinidad interior, a vuestro Ka inmortal. Que vuestras acciones estén guiadas por la pluma de Maat, y no por el peso del oro. El viaje más importante no es el que hacemos por el mundo, sino el que emprendemos hacia el centro de nuestro propio ser, guiados por la estrella flamígera de nuestra conciencia despierta.

Que las palabras del Libro de los Muertos nos sirvan de faro: "He vivido en la verdad, he alimentado mi corazón con la verdad". Esa es la única posesión que nos acompañará cuando la arena del reloj de la vida se agote. La materialidad es el sueño; el espíritu, la vigilia. Despertemos, antes de que el sueño termine y descubramos, demasiado tarde, que estuvimos dormidos.