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en-us-Paralelo entre el coaching y la Logia Egipcia

11/25/2025

Por SH

El coaching como la solución mágica a todas las limitaciones

En el bullicioso y a menudo frenético ahora del mundo moderno, donde el éxito se mide en métricas vacías y la felicidad en logros tangibles —como trofeos en una vitrina desprovistos de significado trascendente—, ha surgido una curiosa y lucrativa mercancía: la promesa de una transformación personal instantánea. Esta mercancía, brillante y empaquetada con el lenguaje de la eficiencia corporativa, se vende como un producto más en el supermercado del bienestar. El coaching, con su retórica de alta eficiencia y resultados acelerados, se presenta como el elixir milagroso para el sediento espíritu contemporáneo, un espíritu agotado por la prisa, alienado por la superficialidad y hambriento de atajos que lo conduzcan a la cima de una montaña que ni siquiera ha tenido tiempo de contemplar.

Podemos visualizar este fenómeno como la "fast food" del desarrollo interior: se consume rápido, satisface un antojo inmediato de progreso, pero su sustento es efímero y no nutre las raíces del ser. Es la respuesta perfecta para una sociedad que ha perdido la capacidad de esperar, de madurar, de abrazar el silencio y la introspección como herramientas fundamentales. El coaching, en su versión más superficial y comercial, no invita a un viaje; ofrece un manual de instrucciones. No plantea enigmas; proporciona listas de verificación. Su elixir es, en realidad, un placebo de alta tecnología que adormece la ansiedad con la ilusión de control, pero que rara vez toca las aguas profundas donde yacen las verdaderas limitaciones del carácter, aquellas que no se resuelven con una técnica, sino con una verdadera metanoia, una transformación de la mente y el corazón.

Esta sed que pretende saciar es, irónicamente, la que el propio sistema ha creado: la presión por la productividad hasta en el ámbito espiritual, la obligación de ser la mejor versión de uno mismo como un imperativo de mercado. El individuo, convertido en "cliente" de su propio potencial, ya no busca la sabiduría, sino un servicio. No anhela el autoconocimiento, sino una ventaja competitiva. Y es en esta brecha, en este terreno fértil para la desesperación por el progreso rápido, donde el coaching despliega su maquinaria de soluciones estandarizadas, prometiendo destilar en un fin de semana lo que a un filósofo, a un artista o a un iniciado le llevaría una vida de paciente labor.

La formulación de un camino de gran evolución

Así, el elixir se revela como un agua que, si bien puede calmar la sed momentánea, no penetra en la tierra árida para fecundar los estratos más profundos del ser. Es un destello en la superficie del océano, no la corriente tranquila y poderosa que modela el lecho marino. Frente a esta propuesta, la Masonería se erige no como otro vendedor de elixires, sino como el manantial mismo, que requiere del peregrino el esfuerzo de cavar un pozo profundo en su propia interioridad, con la certeza de que sólo el agua que brota de esas profundidades tiene el poder de saciar de verdad.

En oposición, frente a este fenómeno, la Masonería, y en particular la tradición de la Masonería Egipcia de Menfis-Mizraim, se yergue como un templo silencioso e inmutable, invitando a un viaje de naturaleza radicalmente opuesta. La diferencia esencial no reside en el objetivo loable de superación, sino en la profundidad del terreno que se excava y en el tiempo que la semilla necesita para germinar.

El coaching opera en la dimensión del atrio, en el espacio exterior y pragmático del individuo. Es un raudal que, en unas pocas e intensas horas, busca lavar las capas más superficiales del carácter. Su herramienta es la lógica, su horizonte es el éxito profano, y su temporalidad es la de un momento intenso y hasta "mágico". El "cliente" paga por una hoja de ruta clara, por estrategias para superar limitaciones específicas que le impiden alcanzar una meta concreta: un ascenso, una mejora en sus relaciones, una mayor productividad. Es, en esencia, un proceso de optimización del yo existente, un afilar las herramientas que ya se poseen para una batalla que se libra en el mundo exterior.

La Logia, en cambio, no es un atrio de paso, sino un Templo Perenne. Su trabajo no es un sprint, es una siembra a largo plazo, un cultivo paciente que se despliega a lo largo de años, e incluso de toda una vida. Aquí no se busca optimizar al individuo para el mundo, sino transmutar al hombre profano en un iniciado. El trabajo no es sobre la personalidad, sino sobre la esencia; no sobre lo que el hombre hace, sino sobre lo que el hombre Es. La Logia no ofrece un mapa para llegar a una cima social, sino un viaje vertical hacia las cavernas interiores del propio ser.

Entre métodos y formas

Esta divergencia en el método conlleva una diferencia abismal en el efecto. El coaching puede, efectivamente, dotar de técnicas para "lograr el éxito". Puede pulir una habilidad de comunicación, reforzar la confianza para una negociación o ayudar a estructurar objetivos. Es una intervención quirúrgica y puntual. Sin embargo, su efecto es además circunstancial y dependiente del contexto. La transformación, al ser tan rápida y focalizada, puede no echar raíces profundas en el sustrato del carácter, dejando al individuo vulnerable, cuando cambien los vientos o cuando surjan nuevas limitaciones desde estratos más profundos de su psique.

El efecto del trabajo masónico, particularmente en una línea tan rica en simbolismo como la egipcia, es análogo al de un río subterráneo que, con el tiempo, modifica por completo el paisaje. No se trata de superar una limitación, sino de comprender su origen arquetípico. No se lucha contra la ira, la soberbia o el temor como enemigos a derrotar, sino que se los disuelve en la luz de la consciencia a través del desciframiento progresivo de los símbolos, los rituales y la convivencia fraternal. La transformación no es un punto de llegada, sino un estado de devenir constante.

¿Por qué, entonces, alguien gastaría una fortuna en unas horas de coaching habiendo una opción tan contundente? La respuesta yace en la enfermedad del tiempo moderno: la urgencia. La sociedad actual padece de una profunda aversión a la espera, a la paciencia y al misterio. Se prefiere una solución rápida, aunque sea superficial, a una promesa de transformación profunda que exige años de dedicación. El coaching ofrece un resultado medible y un "cómo"; la Masonería ofrece una pregunta eterna y un "por qué". El primero vende certezas; la segunda invita a habitar el misterio.

La Masonería Egipcia de Menfis-Mizraim

Con su herencia que bebe de las fuentes del Nilo, lleva este contraste a su máxima expresión. Su simbolismo no es meramente alegórico, sino una llave viva para los misterios de la naturaleza y del hombre. Cada grado, cada símbolo, cada ritual es una capa de papiro que debe ser desenrollada con paciencia de escriba. Este proceso no puede ser empaquetado en un programa de diez sesiones. Es un diálogo que el iniciado establece consigo mismo, con su Logia y con la Tradición, un diálogo cuyo fruto más preciado no es el éxito externo, sino la piedra cúbica de la propia consciencia, perfectamente tallada para encajar en el Templo Universal.

El coaching, en su enfoque, puede ser visto como un martillo que golpea con fuerza para enderezar un clavo torcido. La Masonería es el fuego lento del crisol alquímico que transmuta el plomo de la condición humana en el oro del espíritu. Uno actúa desde fuera hacia dentro, con fuerza; la otra, desde dentro hacia fuera, con calor y luz. El primero puede cambiar una conducta; la segunda puede regenerar un alma.

En conclusión, no se trata de desmerecer la intención de quien busca mejorar a través del coaching, sino de señalar la existencia de un camino que trasciende la mera utilidad. La Logia que trabaja incansablemente sobre sus miembros a lo largo de los años no vende un servicio; ofrece una pertenencia. No cobra por horas de consultoría; solicita el tributo del esfuerzo personal y la constancia. Su efecto no es un certificado en la pared, sino una geometría sagrada grabada en el corazón. Frente al espejismo de la transformación express, la Masonería, y en especial la vía de Menfis-Mizraim, erige la pirámide de un desarrollo sereno, profundo y eterno, recordándonos que las cosas de valor eterno no se construyen con la prisa del mercader, sino con la paciencia del arquitecto que conoce los ciclos de las estrellas.