en-us-Del Sancta sanctórum al ara sagrada: el templo como arquetipo iniciático
Masonería Egipcia develada
Antes de la primera piedra, existió la Idea. Antes de que el arquitecto trazara
el plano sobre la arena, el hombre intuyó que el universo mismo era un Templo
sagrado, y que su propio ser era un santuario en ruinas esperando ser
reconstruido. Esta verdad, grabada a fuego en el corazón de los Misterios
Egipcios, es la misma que late, a veces de forma apenas audible, bajo los
rituales y símbolos de nuestra Masonería Egipcia. No construimos templos de
piedra para adorar a un dios lejano, sino que delineamos espacios consagrados
para redescubrir el dios interior, aquel que moraba en la penumbra dorada del
Sanctasanctórum de Karnak.
Cuando hablamos del Templo en el Antiguo Egipto, debemos despojarnos de la noción de un simple edificio religioso. Sitios como Karnak, Luxor o Abydos eran máquinas cósmicas, mapas de la conciencia tallados en piedra. Su recorrido no era aleatorio: desde el pilono exterior, profano y caótico, hacia el patio hipetra (abierto a la luz), pasando por la sala hipóstila (el bosque de columnas que simboliza el mundo manifestado) y finalmente al sancta sanctórum, la cámara oscura e interior donde sólo el Sumo Sacerdote podía entrar para comulgar con la divinidad. Este viaje de afuera hacia adentro, de la oscuridad a la luz, de lo múltiple a lo uno, es el arquetipo de toda Iniciación.
Esta arquitectura sagrada no es un antecedente meramente histórico de la Logia Masónica; es su prototipo espiritual. La Logia, "aquella habitación larga y regular, iluminada al Oriente, cubierta y cerrada", no es sino una recreación moderna de ese Templo arquetípico. La Cámara de Reflexiones, con sus símbolos de muerte y renacimiento, es el equivalente al viaje del alma a través de las Duat (el inframundo egipcio). El acto de entrar a la Logia desde el mundo profano replica el paso del neófito egipcio más allá del pilono, dejando atrás los metales de la personalidad para enfrentarse a su esencia desnuda.
En los Misterios, el candidato era conducido a través de pasadizos cada vez más angostos y oscuros. Se le despojaba de sus ropas y joyas, símbolos de su estatus social. Era sometido a pruebas que simulaban la muerte, el descenso a los infiernos y el juicio ante Osiris. Este proceso de despojamiento no era un castigo, sino una necesidad alquímica. Sólo vaciando la vasija del yo personal podía ser llenada con la luz del Yo Superior. El Templo-físico, con su progresión espacial, era el catalizador y el contenedor de esta transformación interior.
En nuestra Tradición, el recorrido es idéntico en esencia, aunque diferente en formas. El Aprendiz ingresa a la Logia "aún en tinieblas", ´privado de algún sentido y desprovisto de todo metal. Su viaje no es a través de salas de piedra, sino a través de las estaciones simbólicas del Cuadro de Logia y las pruebas de los elementos. Cada paso hacia el Oriente es un paso hacia su propio centro. La Logia, por tanto, no es el lugar donde se realiza la Iniciación; la Logia es la Iniciación hecha espacio. Su geometría es la anatomía del alma en proceso de regeneración.
La conexión más profunda reside en el objetivo final: la reconstrucción del Templo Interior. El sanctasanctórum egipcio albergaba la estatua del dios o el sagrado naos (el cofre). En la Logia, ese lugar lo ocupa el Ara de los Juramentos, donde reposan el Libro de la Ley, el Compás y la Escuadra. Estos no son sino los nuevos símbolos de la divinidad recuperada: la Ley Cósmica, la medida del cielo y la rectitud de la tierra. El masón que se presenta al Ara es el neófito que finalmente llega a la presencia de su propio principio divino, no para adorarlo de rodillas, sino para reconocerse en él y trabajar para encarnarlo.
Por esto, querido Hermano, cuando trazamos la Logia con la vara, no estamos delimitando un simple espacio de reunión. Estamos invocando un arquetipo eterno, recreando el Templo Primordial de Salomón, que a su vez, bebe del diseño celeste revelado a los sabios de Egipto. Cada Tenida debe ser, pues, un reingreso consciente a ese mapa sagrado. Cruzar el dintel de la puerta de la Logia debe ser un acto de profundo significado: es abandonar el mundo de la dispersión para adentrarse en el taller donde el alma, fragmentada como Osiris, busca activamente reunificarse. El Templo no está en Jerusalén ni en Tebas; el Templo está en el corazón del masón que, habiendo comprendido este secreto, trabaja incansablemente en su construcción.

